Testimonio personal del Dr. David Parsons
¡Mi vida era fabulosa! Había obtenido muchos logros importantes: había terminado como
Graduado Distinguido el curso para piloto de caza de la Fuerza Aérea de los Estados
Unidos, había obtenido la Distinción Artillero Excelente (Top Gun) en dos tipos de
aviones cazas, había permanecido durante un año en Viet Nam como Controlador Aéreo de
Vanguardia, se me habían otorgado tres Cruces de Vuelo Distinguido y 13 Medallas de la
Fuerza Aérea, se me había entregado una tercera Distinción Artillero Excelente en el
F-105 Thunderchief, el avión de vuelo a baja altura más veloz del mundo occidental y
además de todo esto, había finalizado mis estudios de Medicina. Estas bendiciones
maravillosas continuaron al graduarme como el mejor de mi promoción, finalizar mi
especialidad de Pediatría, cumplir con la exigente práctica como Pediatra, hacer una
segunda residencia en Cirugía de Otorrinolaringología y además hacer dos internados
internacionales extraordinarios en Londres, Inglaterra y en Sydney, Australia.
Después de todos estos resultados, las maravillas continuaron cuando comencé una carrera
académica y pude impartir conocimientos sobre tecnología avanzada en cirugía a residentes
de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Los nuevos diseños de instrumentos de cirugía
que propuse y el desarrollo de los mismos me hicieron alcanzar prestigio internacional.
Se aceptaron para su publicación más de 130 artículos escritos por mí, los residentes que
ayudé a formar se graduaron con todo tipo de honores y se me invitó a impartir
conferencias por todo el mundo.
Desde mi época de piloto, desarrollé una actitud que se resumía en la siguiente frase:
“Soy capaz de hacer grandes cosas que pocos hombres pueden hacer.” Puedo pilotar aviones
mejor que nadie, diseñar mejores instrumentos de cirugía, operar con mejores habilidades.
Esta actitud aumentó con cada nuevo éxito. Y aceptaba el crédito de cada uno de dichos
éxitos como un logro personal e individual. Así que, ¿qué más podía pedir?
Sin embargo, a pesar de que muchos admiraban mis logros, no reaccionaban igual con
respecto a mi actitud. Muy pronto se me hizo una acusación falsa de que aceptaba sobornos
por las enormes ventas de instrumentos de cirugía. En aquel entonces yo era Coronel de la
Fuerza Aérea y como tal no podía aceptar recompensa monetaria alguna. Esto provocó que se
hiciera una profunda investigación, la cual demostró que yo no había hecho nada
incorrecto. No obstante, eso no quedó allí. Se hicieron tres procesos investigativos más
y a pesar de que al final mis antecedentes quedaron limpios, mi nombre y mi carrera en el
mundo militar se vieron destruidos.
En medio de esta crisis, sentía que no tenía a quien acudir. Una sensación de vacío y de
angustia desesperante amargaba mi vida. Había perdido toda esperanza. Fue en ese momento
cuando mi esposa, creyente serena y dedicada a la oración, recibió una respuesta a sus
plegarias. Llegaron a mí nuevos amigos que me pusieron en contacto con la idea de buscar
el verdadero significado y propósito de la vida a través de la comprensión del mensaje de
Jesucristo.
Como yo no era una persona religiosa, todo esto para mí fue muy difícil. Sin embargo,
después de dos años de amistad, investigación, estudios bíblicos y oraciones, comprendí
gradualmente que yo no era el foco central de la vida. Jesucristo había venido “a salvar
y a buscar” a los perdidos. Nunca hubiera admitido haber estado perdido si no me hubiera
visto sumido en las profundidades de una carrera destrozada.
De repente lo vi todo claro. A Él no le importaban mis Distinciones de Artillero Excelente
ni los instrumentos que había desarrollado ni la fama. Esas cosas no tenían importancia
para Él. Lo importante era que mantuviera una relación genuina con Él… que creyera y que
confiara en Él. Él se había entregado en la Cruz como un sacrificio por mis pecados.
Ahora no tan sólo me ofrecía amor y perdón, sino que me brindaba la oportunidad de
conocer más allá de toda duda que podía vivir en Su compañía por toda la eternidad. Todo
lo que tenía que hacer era pedir perdón y simplemente creer en Él. De esta manera se me
aseguraba que tendría vida eterna y comunión con el Creador del Universo.
Por primera vez en mi vida me sentí verdaderamente humilde y me hinqué de rodillas. Por
primera vez reconocí que el problema era yo. Quería que todos los demás cambiaran. Quería
que vieran las cosas a mi manera. Ahora comprendía que era yo quien tenía que cambiar. Mi
actitud egocentrista era la que había provocado todos estos problemas. Por eso, en ese
mismo momento, le pedí a Jesús que me perdonara. Le expresé que creía en Él y le pedí que
entrara en mi vida.
Lentamente, la paz, la satisfacción y la alegría comenzaron a llenar mi vida. A partir de
ese día, mi vida ha ido mejorando constantemente. Soy un hombre cambiado. Mi vida tiene
un propósito mucho mayor del que nunca había imaginado. Mi vida ahora se centra en el
andar cotidiano con Él y ello afecta virtualmente cada decisión que tomo.
Permítanme resumir en cuatro puntos lo que aprendí de mi experiencia. Pero a medida que
explico cada uno de ellos, quisiera que trataren de hallar la relación que estos puntos
tienen con ustedes:
#1 – Dios te ama como un hijo. Él te creó. Realmente desea una amistad contigo. Dios
quiere que disfrutes la relación con Él. Es la respuesta a tu búsqueda de una amistad
verdadera y fundamental. Llenará el vacío que hemos sentido en nuestros corazones antes
de hallar esa amistad verdadera y fundamental. Les aseguro que esa amistad es la que
nuestros corazones han estado buscando por mucho tiempo. Dios está ahí y se mueve en tu
vida. Sé que eso fue y es cierto para mí.
#2 – Dios es santo (completamente perfecto) pero nosotros no somos perfectos y por tanto
no somos santos. El pecado es todo aquello que nos impide ser santos y perfectos como
Dios. La Biblia plantea que como todos tenemos el pecado presente en nuestras vidas,
ninguno de nosotros es perfecto. Todos somos pecadores. Como Dios es santo, no puede
tener amistad con pecadores, por lo que ninguno de nosotros puede tener relación alguna
con Dios. A causa de mi orgullo, me vi alejado de Él.
La Biblia expresa que como Dios es justo, tiene que castigar nuestros pecados. Plantea que
el castigo por nuestros pecados es la separación eterna de Dios. Estar en paz con Dios no
es posible porque estamos alejados de Él. Esta separación es el “error” que está en la
raíz de nuestro egocentrismo, nuestra soledad y nuestra sensación de vacío. Cuando
nuestro objetivo debía ser acercarnos a Dios, en realidad nos alejamos de Él a causa de
nuestras malas decisiones, pensamientos y actitudes. TODOS cometemos estos errores por
muy rectos que seamos en apariencia. Si hurgan con honestidad en sus corazones, verán que
es así. Esto ha ocasionado la separación entre nosotros y Aquél que nos hizo y que nos
ama. E insisto en que esta separación se llama pecado.
#3 – Pero a pesar de ello, Dios aún nos ama más de lo que somos capaces de comprender.
Hizo algo por nosotros. Estuvo dispuesto a ser castigado por nosotros, por todos nuestros
errores. Por eso Dios envió a Su Hijo Jesús a morir en la cruz por nosotros. Ahora, como
Jesús ya ha sido castigado por nuestros pecados, Dios nos puede perdonar. Pero este
perdón es un regalo y no podemos poseerlo hasta que lo hayamos aceptado. Es una opción.
Somos nosotros los que debemos decidir si lo aceptamos o no.
#4 – Lo único que tenemos que hacer para recibir el Perdón, el Amor y la Comunión Eterna
con Dios es pedírselo. Ésa es la opción que finalmente acepté. Debemos simplemente
admitir ante Dios que reconocemos que hay pecado en nuestras vidas, que sabemos que no
podemos eliminar por nosotros mismos ese pecado, pero que sabemos que Jesús puede hacerlo
y que lo hizo. Él se convirtió en nuestro salvador al morir en la cruz por nuestros
errores. Al solicitar el Perdón y el Amor de Dios, tendremos la seguridad de estar
eternamente con Él. Así que ya podemos iniciar la amistad con Él.
Yo llegué al punto en el que tuve que decidir si lo invitaba o no a mi corazón. Eso es lo
que tenemos que hacer todos. Tenemos que tomar una decisión y esa decisión es
evidentemente la decisión más importante de nuestras vidas.
Si Usted está dispuesto a tomar esta decisión, le ruego que considere decir esta oración.
Siempre debemos tener en cuenta que Dios está mucho más interesado en nuestros corazones
que en nuestras palabras. Sin embargo, si estas palabras expresan el deseo en su corazón,
lo invito a hacer de ésta “su oración”.
Amado Dios, sé que soy un pecador.
Sé que por mí mismo no puedo eliminar mis pecados.
Sé que merezco ser castigado por mis pecados, pero también sé que me amas tanto que
enviaste a Jesús a morir por mis pecados.
Creo en que la muerte de Jesús en la cruz es suficiente para lavar mis pecados. Creo en
Él.
Imploro Tu perdón y te doy gracias porque ya me has perdonado.
Gracias por amarme tanto. Y gracias por estar siempre dispuesto a escucharme.
Señor, en este momento te invito a mi corazón y te pido que cambies mi vida para siempre.
Por favor, acepta mi humilde plegaria.
Amén.