MI VISTA DESDE LA CABINA DEL PILOTO

Testimonio personal de David Parsons

 

Imagínese usted volando un avión.  Usted va solo.  Apenas amaneció y usted está volando en una hermosa mañana sin nubes.  Abajo hasta donde su vista puede ver hay una fabulosa carpeta verde.  Está a 2,500 pies de altura.

 

 

 

Ahora hagamos de su vuelo una experiencia arriesgada.  Vamos a voltear su avión.  Pero este avión no está volando.  El avión se está cayendo.  Al caer, desciende en una vertiginosa espiral y la nariz se clava hacia arriba y hacia abajo.  Usted está en una “espiral invertida.”

 

La Fuerza Aérea les dice a los pilotos que si alguna vez caen en una espiral invertida, se aseguren de lanzarse arriba de los 10,000 pies.  ¡Usted está en problemas! el fabricante de estos aviones aconseja nunca estar en una espiral invertida porque el avión no puede aguantar la presión y se puede desbaratar.  Sin embargo usted es bendecido. Usted va sentado en uno de los mejores asientos de lanzamiento que se han diseñado.  Pero si jala la palanca usted va a ser lanzado derechito a la carpeta verde.  Yo todavía no le he dicho acerca de eso.

 

A esa carpeta verde se le llama “La Manopla del Catcher”.  Es un área muy hostil de selva cerrada en Viet Nam del Sur, y es controlada por el Viet Cong.  De seguro usted no quiere estar allí. A propósito, el avión va bien cargado de explosivos y usted será parte de una explosión fenomenal con el impacto.

 

Esa era mi situación en 1969, y esta es una historia verdadera.  Yo era un piloto de combate asignado como controlador del aire en avanzada (FAC) del ejército de los Estado Unidos. Puedo contar esta historia, pues es obvio que el avión se recuperó. Pero las técnicas de vuelo son así, y cuando un avión va cayendo (no volando), no hay dinámicas de vuelo. Los cambios y la palanca de mando son inútiles.  Yo traté todo lo que sabía para sacar al avión de la espiral. Nada funcionó.  Repentinamente algo ocurrió que hizo que la nariz se clavara hacia abajo.  Cuando eso sucedió, el avión volvió a volar, pero no tenía velocidad para maniobrar el vuelo.  Lo que hice es que tuve que perder aun más altitud  para alcanzar suficiente velocidad de vuelo para elevarme antes de impactarme contra la selva.

 

Al irme recuperando surgió un nuevo problema. Fue un jalón fuerte G, que hizo un enorme ruido que se oyó en toda “La Manopla del Catcher” . Todos los que tenían un rifle me estaban disparando ahora a mi (¡eso fue todo mundo allá abajo!)  Yo tenía que evadir sus rifles moviendo el avión agresivamente de un lado a otro al mismo tiempo que me iba elevando a una altura más segura.  Finalmente el avión alcanzó una altitud segura y yo empecé a respirar nuevamente!

 

¿Cuáles piensan que fueron mis primeros pensamientos? Creen ustedes que fueron , “Tu eres un tipo afortunado ? ¿Piensan ustedes que oré y dije, “Que barbaridad, acabo de ser bendecido por Dios?” No yo me dije a mi mismo, “Acabo de salvar este avión de una situación irrecuperable. Realmente debo de ser bueno.”  Esos pensamientos fueron el principio de lo que ahora llamo “La Actitud”  La Actitud era muy simple.  La actitud era que yo era realmente bueno.

 

Despegué más de 450 veces maniobrando la guerra en contra la mitad de la gente de Viet Nam.  Cada vez que yo regresaba, La Actitud seguía creciendo.  Al leer esto usted se va a encontrar varias historias acerca del éxito.  ¿No es esa su meta?  ¿No quiere ser usted exitoso?  Todo mundo que lea esto tiene algo en lo que el siente que es muy bueno.  Así es que ojalá usted vea que mi historia es una historia común solamente son los sucesos que son especiales para mi.  Pero le voy a contar como el deseo compulsivo de una persona de tener éxito personal resultaron en fracaso en el trabajo y fracaso en el corazón.  Como ese aeroplano, el “Yo” en mi vida estaba fuera de control.

 

En 1996, más de 550 ciudadanos americanos estaban muriendo en Viet Nam.  Yo estaba recién casado, estaba en mi último año de universidad y recibí lo que ningún joven quería recibir—una carta ordenándome reportarme para mi examen físico de reclutamiento.  Fui a Dallas con otros 75 jóvenes.  Nunca antes había yo visto tanta unidad en un grupo.  ¡Todos queríamos reprobar ese examen!

 

Al ir haciendo el examen, descubrieron que yo era daltónico.  Le pregunté al recalcitrante viejo general, ¿“Significa eso que no voy a ser reclutado?”  y el dijo “No joven, eso solamente significa que tu nunca vas a manejar un camión del ejército!”   No se sabe que el ejército sea eficiente, pero en pocas semanas yo recibí mi aviso de reclutamiento. Rápidamente fui a la oficina de reclutamiento y me enteré de que la Fuerza Aérea me iba a permitir termina la universidad y luego ir a la Escuela de Entrenamiento de Oficiales.  Al enlistarme en la Fuerza Aérea y llenar los papeles me preguntaron que quería hacer.  Yo no tenía la menor idea.  Me preguntaron,  “¿Por qué no te conviertes en piloto?”

“No puedo” /  “ ¿Por qué no puedes?”/ “Porque soy daltónico” /  “¿Quién te dijo que eres daltónico?” /  “El Ejército”  Ellos se rieron y dijeron, “Tú deja que la Fuerza Aérea te diga si eres daltónico.”

 

Así es que fui a el examen físico de la Fuerza Aérea.  Eso es una gran cosa. Eso es un evento que toma todo el día.  Fui escoltado durante el examen por un médico técnico que era más o menos como de mi edad y como yo era un atleta,  durante todos los exámenes hablamos de deportes. Realmente establecimos una bonita amistad.  Lo último que tenía que hacer era tomar la prueba de color de visión.  En el libro de la prueba hay páginas con manchas raras de colores puestas en un círculo. El me preguntó que número veía. ¡Ya había yo tomado esta prueba tantas veces y hasta hoy yo nunca había visto ningún número!   Yo no sé por qué hizo lo que hizo a continuación, pero el fue lentamente página por página preguntando, “No ves la diferencia entre este manchón y el otro?” / Yo contesté “No, no lo veo.”  Así es que repasé el libro no una vez o dos, pero tres veces diciéndome cada número.  Finalmente yo pregunté “Creo que esto quiere decir que reprobé el examen.” / “Si, lo reprobaste.  Tú no puedes ser un piloto de la Fuerza Aérea y ser daltónico.”

 

Salimos al área donde estaban los otros médicos técnicos y de repente les dijo, “Olvidé darle a este muchacho la prueba de visión.”  Le pidió a uno de sus cuates que me diera ese examen.  Regresamos y yo recité los números de memoria y su cuate firmó en la forma que yo tenía visión normal

 

Pero el examen no había terminado.  Yo tenía que conseguir un aplazamiento porque de niño yo tuve un problema neurológico y perdí el conocimiento seis veces. Yo había estado con medicina para convulsiones durante diez años.  ¡Nadie que tiene períodos de inconciencia y que tiene una terapia de medicina para convulsiones vuela aviones jet.! Yo tenía que ver a un neurólogo para ver si fuera posible conseguir un aplazamiento.  Al entrar en su sala de espera, la puerta de la oficina del doctor estaba entreabierta. Yo era la única persona en la sala de espera, pero posiblemente él pensó que estaba solo.  El estaba en medio de una fuerte discusión con su esposa por teléfono.  Finalmente colgó el teléfono de golpe y salió echando chispas de su oficina.  Estaba furioso.  Yo me espanté muchísimo.  Tomó mi papel y me preguntó que hacía yo allí.  Rápidamente le conté la historia, me hizo un par de preguntas y en su enojo me dijo, “Tu médico cometió un error, te hicieron un mal diagnóstico y nunca debieron darte esa medicina.!” Firmó los papeles y ya tenía todo para volar. (¡Sin embargo, las seis veces que estuve inconsciente fueron una realidad!)

 

Aun hay otra cosa más de esta historia.  Yo usaba anteojos. Uno no puede usar anteojos y empezar el entrenamiento de piloto.  La visión de uno tiene que ser perfecta.  Seis meses antes de ese examen médico, yo dejé de tomar la medicina para las convulsiones y empecé a tener jaquecas. Mi oculista dijo, “Ya no necesitas los anteojos”  Me quité los anteojos y deje de tener los dolores de cabeza y yo pasé el examen físico de vuelo.  Seis meses después, volví a necesitar los anteojos nuevamente y los he usado desde entonces.  Bueno, les suena esto como una película barata?  Daltónico, con convulsiones, usando anteojos y aun así llega el entrenamiento de pilotos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

 

Volar es algo que uno no tiene idea si va a ser bueno hasta que realmente está uno en el avión y vuela.  Uno no puede tomar un examen. Uno solamente tiene que hacerlo.  Me subí al avión y todo salió perfecto.  Cuando fui condecorado con mis alas el año siguiente, fui reconocido como uno de los mejores graduados.  Me enviaron en dos comisiones de combate y en ambos aviones gané la condecoración del Mejor Tirador.

 

Había 30 cuates en mi clase de combate y realmente llegamos a conocernos bien durante ese año.  Muchos se hicieron buenos amigos.  Mi compañero de clase se fue a empezar la pelea en Vietnam, pero un pequeño problema administrativo surgió y mi salida se retrasó por cinco semanas.  cuando me estaba preparando para abordar mi vuelo a Vietnam, puse mis brazos alrededor de mi esposa para decirle adiós.  Repentinamente sentí la presencia de la muerte y un temor me sobrecogió de que esta era la última vez que iba a abrazar a mi esposa.  Empecé a llorar.  Yo crecí en un medio ambiente del estilo de vaqueros como John Wayne. Los hombres no lloran. Pero esa fue la última vez que lloraría hasta el final de esta historia.

 

Llegué a Vietnam y de inmediato se me entregó un casco de metal, un arma de mano (arma blanca). un chaleco antibalas y un rifle automático.  Esto era la guerra.  Fui a mi unidad, me registré y me enteré que tres de mis compañeros de clase ya estaban muertos.  Esto me devastó completamente. Esa noche traté en vano de dormir. En algún lugar a la mitad de esa espantosa noche en que no pude dormir, ocurrió el primero de muchos, muchos más ataques de proyectiles.  Yo sentía cómo vibraban fuera de esa cama. Desesperadamente quería orar. Quería conocer a Dios. Quería una fe para que yo pudiera saber que El me iba a proteger. Pero sentí que mis oraciones eran como estar hablando con la pared.  Yo no conocía a Dios.  en muchas otras ocasiones durante el curso de ese año y los años que le siguieron, yo deseaba una relación con Dios. Pero nunca sentí que El sabía quien era yo.

 

 

Permítanme contarles un poco de mi trasfondo religioso. Crecí en una pequeña ciudad de Oklahoma.  Mis padres me llevaban a la iglesia todos los domingos.  Ellos eran buenas personas.  Yo sabía las palabras apropiadas.  Sabía los hechos.  Yo podía sostener una buena conversación religiosa con la mayoría de las personas.  Pero mi fe nunca maduro desde los días de mi niñez.  Yo no tenía una relación con Dios.  Yo ni sabía que existiera tal cosa. Yo me había metido a la vida por el carril rápido y me encantaba. No había habido necesidad de Dios….hasta ahora. Acostado en el suelo durante ese ataque de proyectiles estaba yo tan solo y asustado como nunca antes lo había estado.

 

Sobreviví esa horrible noche y empecé a volar una o dos misiones de combate diario.  Como controlador del aire de avanzada, yo podía ir a las  sesiones de información del Ejército todos los días y sabía donde iba a estar nuestra gente y quien podía estar en peligro o en grandes apuros.  Cuando ocurría un ataque, se me avisaba inmediatamente y me mantenía en contacto por radio con nuestra gente.  Como yo iba bien armado, yo solo asaltaba al enemigo o coordinaba golpes de ataque o apoyo de artillería.  Para los cuates en la tierra, yo era el mejor amigo que ellos pudieran tener.  Yo siempre estaba donde había acción.  Las misiones que volamos en el OV-10 Bronco tuvieron uno de los porcentajes más alto de victimas en las misiones en Vietnan de la Fuerza Aérea  Antes de que terminara ese año, morirían muchos más de mis compañeros de clase.  Pero cada vez que regresaba de un vuelo, me decía a mi mismo “Regresé hoy por una sola razón… porque yo soy bueno.”  La actitud continuó creciendo.  ¿Cuando mi recorrido terminaba, había alguna necesidad de orar?  Claro que no, yo iba hacia arriba.  ¿Quién necesitaba a Dios?

 

 

 

Entonces llegó la misión soñada.  Era el avión combate que cualquier piloto joven quería volar. El F-105 Thunderchief.  Era el avión de combate más rápido que podía volar a baja altitud en el mundo libre…dos veces y media la velocidad del sonido en los tiros libres.  Una persona sola en el avión, era fantástico.  Para volar el “Thud”, como se le llamaba cariñosamente, tenía uno que asistir a una escuela superior de combate que era una de las más afamadas escuelas de armas de combate en el mundo.

 

Cuando llegué allí, los instructores inmediatamente me asediaron, por mi trayectoria  de controlador de aire en avanzada. Ellos querían “pilotos de combate reales”   Yo debería de haber sido humilde, pero en lugar de ser así se me desafió. Si usted vio la película Top Gun, con Tom Cruise, el personaje quería desesperadamente ser el principal tirador, el haría cualquier cosa para ganar, inclusive violar las reglas del compromiso.  Yo no violé las reglas del compromiso, pero para la tercera misión ya había vencido a mi instructor.  Había 17 misiones en el programa.  Todos los instructores querían volar en mi contra para probar que ningún estudiante los podía vencer, pero en cada ocasión yo regresé victorioso.

 

Finalmente en el 17º vuelo me pusieron en contra de la unidad del Mejor Tirador.  El era un veterano ya maduro con más de 100 misiones de bombardeo en Vietnam del Norte.  El conocía bien el avión.  El era un gran piloto.  Disparamos los misiles y proyectiles.  Volamos los ángulos altos y bajos de las bombas.  Pero cuando la misión terminó, había un Mejor Tirador.  Por primera vez un estudiante ganó ese puesto tan envidiado.

 

Tom Wolfe escribió un libro acerca de los pilotos en combate llamado The Right Stuff. (La Cosa Apropiada)   En ese libro, el habló acerca del ego del piloto de combate.  El establece que no hay ego en cualquier otra profesión que tenga como rival el ego del piloto en combate excepto el del cirujano.  La misma semana que gane el título del Mejor Tirador fui aceptado en la escuela de medicina.

 

¿Pueden ver el panorama? En el mundo del hombre buscando el éxito, yo iba hacia arriba en la escalera que me llevaría a algún lugar.  La Actitud ya estaba fuera de control.

 

Hace tres mil años se escribió un libro llamado Proverbios y da una lista de “los siete pecados mortales” ¿Cuál creen ustedes que es el número uno? ¿Creen que sea el asesinato?  ¿Sexo?  ¿Robo?  No.  Es el orgullo.  Más adelante Proverbios es más categórico y dice que “el orgullo disgusta al Señor.”

 

Es tiempo de mencionar el amor de Dios.  Yo en realidad no sabía nada de eso.  Empecemos por lo que puede ser un término nuevo para ustedes.  Gracia Previa.  Previo quiere decir “antes que lo hayas pedido.”  La gracia es “amor de Dios inmerecido”  La gracia se nos da a cada uno de nosotros continuamente.  Uno no puede ganar la Gracia, no importa que tan cumplido sea usted.  Yo tuve mucho problema con esto.  Yo venía de un contexto donde me tenía que ganar todo lo que había recibido. Pero con gracia previa, aun antes de saber quien es Dios, antes de que le hayas pedido Su Amor, El te lo está dando….libremente, constantemente e incondicionalmente.  Cada uno de nosotros lo recibe sin ninguna condición.  No importa lo que hayamos hecho.  El aún así te ama todo el tiempo.

 

Regresar a la escuela de medicina después de andar en el carril rápido de la vida no fue fácil.  Pero me apegue a eso.  Cuando terminé la escuela de medicina, me gradué con los mismo honores que había ganado en el F-105 Thunderchief.  La Actitud renació en medicina.  Me especialicé y me convertí en un Pediatra y empecé mi práctica en Albuquerque, Nuevo México.  Pero yo soy una persona que le gusta hacer cosas con las manos, así es que regresé a la escuela por una segunda especialidad y me convertí en cirujano.  Entonces fui a Londres y a Sydney, Australia haciendo internado internacional para convertirme en especialista en cirugía pediátrica de oído. nariz y garganta.

 

La motivación personal hizo posible todo esto.  Tenía un historial de temperamento apasionado. Cuando estamos enfocados en nosotros mismos y las cosas no salen como queremos, el resultado es enojo.  Las cosas tenían que salir a mi modo, me da pena decirles que mis hijos tenían temor de su padre.

 

Permítame contarle un poco acerca de mi hogar.  Me casé con mi novia de la universidad.  Ella era y es una esposa y madre maravillosa.  Ella siempre estuvo a mi lado, aunque yo la hice pasar por experiencias muy difíciles  Yo no la trataba muy bien.  Yo estaba tratando de ser el mejor en todo, excepto en ser un buen esposo y un buen padre.  Básicamente ella fue una madre soltera y pasó una buena parte de su vida adulta como una mujer muy sola.

 

Mientras yo estaba tomando largas caminatas en mis grandes aventuras, ella calladamente estaba creciendo en su fe.  Una noche estábamos acostados.  Yo estaba leyendo un libro de medicina y ella leía su Biblia.  Se volteó hacia mi y dijo, “ No es maravilloso cómo Dios te ha bendecido?”

 

“¿Dios me ha bendecido?  ¿Quién crees que se quedó sin dormir todas estas noches estudiando? ¿Quién crees que ha llegado a obtener todas estas metas?  Dios no hizo eso, yo lo hice.”  /  La Actitud ya estaba fuera de control.  El orgullo disgusta al Señor.

 

Años más tarde, yo era Coronel en la Fuerza Aérea y algo en lo que me había vuelto muy exitoso era en diseñar nuevo instrumental para cirugía. Diseñé muchos instrumentos que se convertirían en los instrumentos para cirugía especializada más vendidos en todo el mundo.  La compañía que los fabricaba sabía que yo no podía recibir nada de dinero de las ventas porque era militar.  Así es que ellos me dieron una compensación poniendo mi nombre en los instrumentos.  No importaba a que parte del mundo fuera, profesionalmente la gente sabía mi nombre.

 

Pero en casa, La Actitud era irritar a otras personas.  Cuando se es Coronel y se está irritado que se puede hacer?  Solamente los Generales tienen control.  Los Generales fueron advertidos que nadie podía hacer tanto dinero para una empresa sin recibir un poco de dinero por debajo de la mesa.  Yo sabía las reglas y no había aceptado nada.  Pero se llevó a cabo una investigación. El resultado de esa investigación fue que yo no había hecho nada malo.  Pero ya se había establecido un precedente en el staff del General de que yo era culpable.

 

Por los siguientes dos años se llevaron a cabo tres investigaciones más.  Se me puso bajo arresto domiciliario, solamente podía ir a trabajar y regresar a la casa.  No hubo acusaciones formales ni siquiera informales, pero mi carrera en la Fuerza Aérea fue destruida.  Cuando debería de haber sido respetado y en la cúspide de mi carrera militar y profesional, yo estaba devastado y vacío. Me encontré gritando “No es mi culpa” Me sentía destruido y solo.  Sin esperanza, yo estaba seguro de que no había ningún lugar a donde ir.

 

¿No es sorprendente? Cuando las cosas parecen ir tan maravillosamente bien una catástrofe inesperada ocurre.  Ahora las cosas estaban más allá de la desgracia.  Los dioses que yo había estado adorando me abandonaron.  ¿Qué eran esos dioses?  Decidí llamarlos las cinco P’s : Orgullo (Pride), Poder, Prestigio, Posesiones y Pasión.  No era la pasión del sexo.  Era la pasión de la obsesión al trabajo.  Yo ponía mi trabajo sobre cualquier otra cosa, y realmente era un affair apasionado.

 

Esto obviamente tuvo un efecto drástico en la casa.  Muchos de ustedes se pueden identificar con esto. Para el observador casual, todo en mi vida se veía muy bien…. bonita casa, bonita familia, un trabajo fantástico.  Todo se veía bien para mis subordinados, compañeros y amigos casuales.  ¿Pero cuál era la verdad?   La vida estaba en una encrucijada…..era un desastre…..no tenía esperanza.

 

Mi esposa hizo lo único que ella sabía hacer.  Oró por mí. Dios ni siquiera sabía quien era yo.  Yo sentía que yo no le importaba a El.

 

Su oración fue contestada en un quieto murmullo.  Tres amigos que no se conocían entre si, se acercaron a mi cada uno por su cuenta.  El primer amigo dijo, “Dave, tu has estado haciendo un bonito trabajo médico. Vamos al centro de México y veamos si podemos ayudar a la gente pobre de los pueblos que viven en las montañas?” Yo soy muy escéptico, yo no digo sí a nada sin antes considerarlo detenidamente.  Me di la vuelta y dije “Esta bien, vamos”  El segundo amigo vino a mi y me dijo, “Dave, vamos a un retiro de hombres Cristianos.” Siendo yo tan escéptico no me gustaban esa clase de actividades espirituales, pero acepté ir.  El tercer amigo vino y me dijo, “Dave, que tal si vienes conmigo a un estudio Bíblico?”  Yo no iba a leer ese libro antiguo, y yo no iba a creer ninguna de esas “cosas de Jesús” tampoco.  Pero dije “Sí”  No hay duda de que el “Sí” salió de la desesperanza, desaliento y profundo vacío.

 

Entonces me uní a un pequeño grupo varonil de compañerismo para desayunar juntos cada semana. Nos reuníamos para hablar de asuntos serios de nuestras vidas.  Estos hombre eran también escépticos luchando por encontrar une fe significativa.  La llamamos “responsabilidad” y tratamos de realmente compartir nuestras más íntimas preocupaciones.  Pero aun así los cambios en mi vida eran pequeños. Tal vez era que yo no podía dejar la alabanza a mis 5 P’s  o debido a la angustia yo no podía moverme en contra de mis acusadores.  Yo seguí buscando un destello de un despertar espiritual.  Pero nunca llegó.  Yo quería un anuncio espectacular.  Yo quería que Dios me hablara en persona.  Pero nunca sucedió.  Durante dos años continué buscando, pero desde un punto de vista muy escéptico.  Yo quería encontrar a Dios, pero no estaba dispuesto a dejar mis caminos mundanos.    

 

Y me mantuve así…. estudio Bíblico, oración, compañerismo y responsabilidad.  Pero debido a que el escepticismo era tan grande, el crecimiento era lento.  Yo luchaba con las demandas de Cristo. En la Biblia Jesús hizo afirmaciones que eran muy difíciles para mi aceptar.  Por ejemplo, El dice que El y Dios son Uno.  Lo siento, pero para mi Jesús siempre fue una “buena persona”  y dijo muchas cosas buenas pero aceptar que El era Dios…eso era mucho para mi.

 

Hay un libro llamado Mere Christianity  (Solamente Cristiandad) por C. S. Lewis.  C. S. Lewis fue un hombre que pasó gran parte de su vida sin creer en Dios.  Se propuso probar que Dios no existía, pero el resultado final de su investigación fue que el se convirtió en un cristiano.  En este libro, él señala que uno solamente tiene dos opciones.  Este hombre Jesús hace peticiones que son tan asombrosas que uno tiene que escoger una de las dos opciones.  Porque El dice que El y Dios son Uno, El es el tonto más grande y fraude que haya caminado sobre la tierra o El está diciendo la verdad.  Si El está diciendo la verdad, es mejor que usted escuche lo que El dice y es mejor que ponga atención.

 

Un evento emocional finalmente tuvo lugar.  No hubo voz relampagueante de Dios . El suceso solo ocurrió en mi corazón.  Mi grupo de varones de responsabilidad quiso regresar al retiro cristiano una segunda vez.  Estábamos en una bella capilla de piedra en la parte de las colinas de Texas. Era un escenario fantástico. Nuevamente era una mañana espectacular sin una nube en el cielo

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Estábamos cantando un hermoso Salmo donde Dios está haciendo una pregunta.  Repentinamente las palabras penetraron mi corazón y fue como si se me llamara para que contestara. Me sentí como si estuviera parado solo enfrente de Cristo.  El sólo quería saber una cosa. ¿Qué era más importante en mi vida?  De repente sentí como si todo por lo que había luchado tan duro por alcanzar no tuviera sentido.  De pronto todo estaba claro.  A El no le importaba que fuera el Tirador Estrella, el éxito que había obtenido con los instrumentos, o la fama.  Esas cosas no eran importantes para El.  Lo que era realmente importante era que yo tuviera una sincera y genuina relación con El.  El se dio a si mismo en la Cruz como sacrificio por mis pecados.  El me dio la oportunidad de recibir la salvación eterna.  Si yo solamente creo en El, El será mi Salvador.  Yo tendré eternidad y compañerismo con el Creador del Universo.

 

Por primera vez en mi vida yo estaba sinceramente humillado y de rodillas.  Por primera vez reconocí que yo era el problema.  Yo había querido que todo mundo cambiara.  Yo quería que ellos vieran a mi manera.  Ahora me daba cuenta que yo era el que tenía que cambiar.  Mi enfoque en mi mismo había sido lo que había causado todo estos problemas.  Allí mismo le pedí a Jesús que me perdonara y le pedí que entrara en mi vida.  Me desmoroné y lloré y lloré y lloré.

 

Ahora está claro.  Cada uno de nosotros tiene que hacer una decisión….una decisión voluntaria…ya sea para vivir una vida en compañerismo con Cristo o para vivir una vida sin El.  No hay punto intermedio, porque tomando la posición intermedia es lo mismo que estar sin El.  Yo había estado en esa posición toda mi vida.  Así es que hice la decisión de estar en compañerismo con El.  Fue hasta entonces que me di cuenta de que había sido perdonado.  Ahora tenía un Amigo.  Un Amigo Jesús que se preocupaba por mi y que me aceptaba así como era.

Poco a poco paz, contentamiento y gozo empezaron a llenar mi vida.  Desde el día de mi decisión, mi historia se va poniendo mejor.  Ahora soy un hombre cambiado.  Mi vida tiene un propósito mucho mayor de lo que yo hubiera pensado antes.  Mi vida está centrada en un caminar diario con El y afecta virtualmente cada decisión que hago.  Gracia Previa… la no merecida, incondicional amor perfecto de Dios dado a cada uno de nosotros cada día, y que fue dada aun antes que nosotros supiéramos pedirla.

 

Convirtiéndome en creyente de la Palabra de Dios, mis problemas no cesaron.  Uno cosecha lo que ha sembrado y yo había sembrado muchas malas semillas.  Pero ahora yo realmente creo que tengo un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

 

Entonces que fue lo que hice?  Tuve que lidiar con mi amargura, tenía una amargura con raíces muy profundas.  Tuve que aprender acerca del perdón y cómo orar por mis enemigos.  Tuve que aprender a amar.  El siguiente paso fue poder manejar mi enojo.  Enojo en la casa venía por estar todo enfocado a mi ego.  Tuve que aprender a poner las necesidades de otros antes que las mías.  Luego tuve que lidiar con La Actitud;  revalué mis prioridades.  Tuve que quitar el enfoque de mis propios intereses.  ¿Era ser el mejor la cosa más importante?  No, no lo era.  Yo soy una persona que persigue la excelencia.  Dios nunca me ha pedido que abandone eso.  Pero ahora yo deseo que la excelencia venga primero en mi fe y en mi relación con El.  Entonces la excelencia vendrá en mi familia.  Finalmente con estas dos áreas de excelencia en una perspectiva correcta,  encontraré verdadero éxito en el trabajo.

 

¿Los resultados?   Mi esposa está conmigo, mis hijos aman a su padre, los cambios fueron hechos antes  de que fuera muy tarde.  Nuestra relación es fuerte y mis hijos han venido a conocer a Cristo y lo han aceptado como líder en sus vidas.  Sus esposas e hijos conocen a Cristo. ¿Y yo?  Estoy todavía creciendo en mi fe y eso me ha dado una paz genuina y un sentimiento de propósito.

 

Permítame resumir mi historia en cuatro puntos: 

 

1.      Hay un Dios que siempre me amó, pero yo no lo conocía.  El siempre estaba allí moviendo mi vida, y si no lo creen cómo explican que un daltónico con problemas de convulsiones pudiera volar esos sofisticados aviones?

 

2.      Debido a mi orgullo y mi adoración a las 5 P’s, yo estaba separado de Él y esa separación es lo que llamamos pecado. 

 

3.      Dios hizo una provisión para nosotros.  La provisión es que Él envió a su Hijo Jesús a pagar el pecado por cada una de las cosas que he hecho mal y todo lo que usted ha hecho mal.  Esa es parte de su increíble Gracia. 

 

4.      yo llegué a un punto donde yo tenía que tomar una decisión para invitarlo a Él a mi vida. Eso es lo que todos tenemos que hacer, tenemos que tomar una decisión.  La palabra más importante escrita en esta historia es decisión.  Eso es todo lo que Él te está pidiendo, hacer la decisión de aceptarlo en tu vida.  ¿Te gustaría hacerlo? Esta decisión empieza con oración.  Oremos juntos.

 

Amado Señor, cada uno de nosotros tiene una historia.  Ninguna de nuestras historias está terminada.  Yo sé que hecho a perder cosas.  Hago cosas que no están bien y que no te agradan. Señor me doy cuenta que soy pecador(a).   Por favor perdóname.  Quiero creer en Ti.  Por favor ayúdame con mi incredulidad.  Señor, ahora mismo yo te quiero invitar a mi corazón, y pedirte que cambies mi vida. Por favor acepta esta humilde oración.  Amén.

 

 

Mi visión desde la cabina de piloto

Por el Dr. David Parsons

 

 

Imagine que está pilotando un avión. Se encuentra solo. Acaba de amanecer y el cielo está despejado y azul. Una hermosa alfombra verde se extiende por debajo de usted hasta donde alcanza la vista. Vuela a unos 800 metros de altura.

 

De pronto su vuelo se torna peligroso. Su avión se invierte. En realidad ya no vuela. Cae. Y mientras cae, gira salvajemente y su punta delantera salta con violencia.  Usted está atrapado en lo que se denomina “barrena invertida”.

 

La Fuerza Aérea aconseja a sus pilotos que si en algún momento se encuentran en una barrena invertida, traten de catapultarse por encima de los 3,300 metros. Es evidente que usted se halla en un serio aprieto.

 

Los fabricantes del avión plantean que evite a toda costa la barrena invertida debido a que la nave no está preparada para resistir esas tensiones y por tanto se hará pedazos. Pero usted ha sido bendecido. Está sentado en uno de los asientos de catapulta mejor diseñados. Pero si activa la palanca de eyección caerá finalmente en la alfombra verde.

 

Esa alfombra verde era conocida como la “Mascota del Receptor”. Era un área de jungla en Vietnam del Sur extremadamente hostil y controlada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Por tanto, no sería muy conveniente caer allí. Por otra parte, su avión contiene una enorme carga de explosivos y a menos que algo ocurra, al impactar la tierra estallará en una espectacular bola de fuego.

 

Esta es una historia real. Acabo de contarles lo que realmente me sucedió en 1969. Era un piloto de caza destacado como observador aéreo de vanguardia en el Ejército de los Estados Unidos. Hoy estoy aquí y puedo hacerles el cuento, lo cual demuestra que fui capaz de controlar el avión. Pero la física de la navegación aérea es tan exclusiva que, cuando un avión cae, toda la dinámica de vuelo desaparece. La palanca y el timón son inoperantes. En este caso, apliqué todos mis conocimientos para sacar el avión de la barrena. Nada funcionó. Y de repente, la punta del avión se inclinó hacia abajo. Al ocurrir eso, el avión comenzó reaccionar de nuevo pero éste había perdido ya la velocidad necesaria para maniobrarlo. Por tanto, no tenía otra opción que perder aún más altura para alcanzar la velocidad de vuelo requerida para hacer un giro abrupto en forma de G justo antes de que la nave se estrellara contra la alfombra verde.

 

En el momento en que recuperaba el control de la nave, surgió otro problema. Al hacer el giro, el avión produjo un estruendo tan ensordecedor que retumbó por toda la Mascota del Receptor. De manera que ahora tenía a todos los combatientes del ELN disparándome. Para evitar sus proyectiles, tenía que zarandear bruscamente el avión a uno y otro lado mientras trataba de alcanzar la altura necesaria para escapar del alcance de sus armas automáticas. Finalmente, el avión alcanzó una altura más segura y pude volver a respirar.

 

¿Cuáles creen ustedes que fueron entonces mis primeros pensamientos? ¿Creen que pensé, “¡Qué dichoso eres!”? ¿Creen que me dije, “Vaya, gracias Dios mío”? ¡NO! Sólo pensé, “Acabo de salvar este avión de una situación irrecuperable. Eso demuestra que soy un gran piloto.” Esa idea fue el comienzo de lo que ahora llamo “La Actitud.”

 

Cumplí más de 450 misiones de vuelo durante la guerra. Cada vez que aterricé sano y salvo, La Actitud continuó creciendo. Como verán más adelante, mi obsesión por lograr el éxito en todos los aspectos de mi vida trajo como resultado final el fracaso tanto en mi profesión como en mi corazón. Tal y como había sucedido con aquel avión en barrena invertida, el “Yo” en mi vida estaba fuera de control.

 

En 1966, más de 600 soldados estadounidenses morían cada semana en Vietnam. Estaba en el último año de la universidad y acababa de casarme cuando recibí una carta que me ordenaba presentarme al examen físico para  alistarme en las fuerzas armadas.

 

Como resultado de ese examen, se descubrió que era daltónico. Le pregunté al malhumorado sargento, “¿Eso quiere decir que no puedo ser reclutado?” y él me contestó, “¡No, joven, eso sólo significa que nunca podrá conducir un camión del Ejército!”

 

A las pocas semanas recibí mi notificación de reclutamiento. Me presenté inmediatamente en la oficina correspondiente y allí me enteré de que la Fuerza Aérea me ofrecía la oportunidad de terminar la universidad y después pasar la Escuela de Entrenamiento de Oficiales. Mientras llenaba las planillas para alistarme en la Fuerza Aérea me preguntaron qué quería hacer. Yo no tenía la menor idea. Entonces me dijeron:

 

“¿Por qué no te haces piloto?”

“No puedo.”

“¿Por qué no puedes?”

“Porque soy daltónico.”

“¿Y dónde te dijeron que eras daltónico?”

“En el Ejército.”

Simplemente se rieron y me dijeron, “Deja que sea la Fuerza Aérea la que decida si realmente eres daltónico.”

 

Y entonces me presenté al examen físico de la Fuerza Aérea. Es un examen que dura todo un día. Durante el mismo estuve acompañado permanentemente por un técnico médico aproximadamente de mi edad y que -al igual que a mí- le gustaba practicar deportes. En el transcurso de las distintas pruebas, hablamos de deportes y establecimos una agradable amistad.

 

Una de las últimas pruebas que tuve que hacer fue la prueba cromática o de definición de colores. En un libro aparecían páginas con manchas rarísimas insertadas en círculos de colores. Me preguntaron qué número veía. Durante mi vida he pasado esta prueba muchas veces y hasta el día de hoy nunca he visto ni uno solo de esos números. No sé por qué esa persona hizo aquello, pero entonces comenzó a pasar lentamente cada una de las páginas mientras me preguntaba, “¿No ves la diferencia entre esta mancha y aquella?”

 

Yo le respondía, “No, la verdad es que no la veo.”

 

Y así continuó hasta el final del libro. Ese procedimiento lo hizo no una vez ni dos veces, sino tres veces; y en cada página me decía el número. Al final le pregunté, “Supongo que esto significa que reprobé el examen.”

 

“Es cierto, lo reprobó. No se puede ser piloto de la Fuerza Aérea y ser daltónico.”

 

Entonces salimos de la sala de consulta hacia el área donde se encontraban los otros técnicos médicos. De pronto, se dirigió a ellos y les dijo, “Oigan, olvidé hacerle la prueba cromática a este tipo.” Y le pidió a uno de sus colegas que regresara conmigo a donde estábamos y que me hiciera el examen. Entramos de nuevo en la sala de consulta, le recité los números de memoria ¡y su compañero firmó mi planilla de examen físico planteando que mi visión era normal!

 

Pero ahí no concluía el examen médico. Tenían que hacerme un chequeo especial porque de niño había padecido de ataques y como resultado de los mismos había perdido el conocimiento en seis ocasiones. Además, hasta poco antes de este examen físico había estado bajo tratamiento de medicamentos anticonvulsivos durante 10 años. Nadie que haya padecido alguna vez de ataques con pérdida de conciencia o de cualquier otro tipo de ataques o que haya estado en alguna etapa de su vida bajo tratamiento de medicamentos anticonvulsivos puede ser aprobado para entrenarse como piloto.

 

Después de haber pasado el resto del examen, se me envió a un neurólogo para ver si me aprobaba. Cuando entré en la sala de espera, la puerta de su consulta estaba entreabierta. Como yo era la única persona en la sala de espera, al parecer él pensó que no había nadie. A través del teléfono tenía una descomunal y prolongada pelea con su esposa.  Finalmente, colgó violentamente el teléfono y salió como una bala de su oficina. Estaba furioso. Yo estaba que me moría de miedo. Tomó bruscamente mis papeles y me preguntó qué hacía allí. Le expliqué con la mayor rapidez posible, me hizo un par de preguntas y con enojo dijo, “Su doctor cometió un error. Su diagnóstico fue incorrecto y nunca debió administrarle ese medicamento.” Firmó los documentos y me aprobó para volar… a pesar de que mis ataques con seis episodios de pérdida de conciencia y mi prolongado tratamiento con aquellos medicamentos eran muy reales.

 

¡Pero todos estos hechos increíbles no quedaron ahí! Yo usaba espejuelos. No está permitido que personas que usan espejuelos comiencen su entrenamiento como pilotos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Se exige tener una visión perfecta. Seis meses antes de aquel chequeo médico había dejado de tomar los medicamentos anticonvulsivos y había comenzado a padecer de dolores de cabeza. Mi oftalmólogo me dijo, “Ya no necesitas espejuelos.” Dejé de usar los espejuelos, los dolores de cabeza desaparecieron y aprobé mi chequeo médico para ser piloto. Una persona daltónica, con antecedentes de ataques epilépticos con pérdida de conciencia, con tratamiento de fuertes medicamentos, que usaba espejuelos, ¡y aún lo aprueban para pasar el entrenamiento como piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos! ¡Increíble pero cierto!

 

En aquella época, hasta que uno no entraba en un avión e intentaba volar, no había forma de saber si ibas a ser bueno o malo. No había simuladores. No había más remedio que volar. Desde la primera vez que me trepé a un avión, me sentí perfectamente cómodo. Cuando me entregaron mis alas de piloto al año siguiente, se me reconoció como Graduado Distinguido. Se me asignó a dos tipos de cazas y en ambos alcancé la orden de Artillero Excelente (Top Gun).

 

Éramos 30 alumnos en mi curso y realmente llegamos a conocernos muy bien. Algunos incluso llegamos a ser muy buenos amigos. Mi partida hacia Vietnam se retrasó cinco semanas debido a un asunto administrativo de poca relevancia, por lo que mis compañeros de clase partieron hacia allá antes que yo para iniciar sus vuelos de combate. Antes de abordar mi vuelo hacia Vietnam, abracé a mi esposa para despedirme. De repente, una inmensa sensación de terror y muerte se apoderó de mí. Sentí que ésa sería la última vez que abrazaría a mi esposa.

 

Llegué a Vietnam e inmediatamente se me entregó un casco de acero, una pistola, un chaleco de supervivencia y una ametralladora. Era la guerra. Me dirigí a mi unidad, reporté a la misma y allí me informaron que tres de mis compañeros de curso ya habían muerto. Me sentí totalmente devastado. Esa noche traté desesperadamente de dormir sin éxito alguno.

 

En algún momento durante esa triste noche, ocurrió el primero de muchos, muchos, muchos ataques con cohetes. Me parecía que cualquier momento iba a caer de la cama por las sacudidas. Necesitaba tanto orar. Quería conocer a Dios. Quería una fe que me convenciera de que Él me iba a proteger. Pero sentía que mis oraciones eran como hablarle a una pared. No conocía a Dios. En muchas ocasiones durante ese año y en los posteriores hubiera deseado conocer más sobre Él. Pero estaba convencido de que Él ni sabía quién yo era.

 

Había crecido en un pequeño pueblo de Oklahoma. Mis padres me llevaban a la iglesia todos los domingos. Eran buenas personas. Yo conocía el lenguaje bíblico. Era capaz de mantener una conversación sobre temas religiosos. Pero mi fe nunca maduró a partir de mi infancia. No tenía una relación con Dios. Ni sabía que era posible. Vivía a toda máquina y lo disfrutaba. En realidad, nunca había sentido necesidad de Dios hasta aquella terrible noche del ataque de cohetes.

 

Sobreviví a aquella horrible noche y pronto comencé a llevar a cabo una o dos misiones de combate diarias. Como observador aéreo de vanguardia tenía que asistir diariamente a las sesiones de instrucción y por tanto conocía exactamente dónde estarían nuestros soldados. Sabía cuáles de ellos enfrentarían los mayores riesgos. Cuando se producía un combate, me ubicaba inmediatamente sobre la zona y contactaba a nuestros soldados. Como mi avión estaba totalmente artillado, podía entonces atacar directamente al enemigo o coordinar y dirigir los ataques de otros cazas o el apoyo de la artillería.

 

 

 

Para aquellos que estaban en tierra, yo era su mejor amigo. Siempre estaba en el centro de la acción. Las misiones que llevamos a cabo en las aeronaves Bronco OV-10 estuvieron entre las de mayor porcentaje de bajas de la Fuerza Aérea en Vietnam. Antes de que finalizara ese año, muchos otros de mis compañeros de curso morirían. Pero cada vez que regresaba de un vuelo, me decía, “Hoy pude regresar por una sola razón: porque realmente soy muy bueno.” La Actitud continuó creciendo. Cuando este período de servicio llegó a su fin, ¿qué necesidad tenía de orar? Ninguna. Me encontraba rumbo a la cima. ¿Quién necesitaba de Dios?

 

Entonces llegó la misión de mis sueños. El F-105 Thunderchief. Era el caza de vuelo a baja altura más veloz del mundo occidental: más de dos y media veces la velocidad del sonido a la altura de la copa de los árboles. Era el caza que todo joven piloto ansiaba navegar. Estabas a solas en el avión. Era algo fantástico. Para volar el “Thud” (Golpe Sordo) como se le llamaba afectuosamente, había que asistir a una escuela de superación que era una de las escuelas de cazas de mayor prestigio en el mundo.

 

 

 

 

 

Cuando me incorporé a dicha escuela, los instructores me asaltaron inmediatamente por mis antecedentes de observador aéreo de vanguardia. Ellos querían “pilotos de caza de verdad.” Debí haber reaccionado con humildad, pero en realidad me sentí desafiado. Si ustedes vieron el filme Top Gun, el personaje representado por Tom Cruise ansiaba tan desesperadamente obtener la distinción Top Gun que estaba dispuesto a todo, incluso a violar las normas de combate. Yo no llegué a violar las normas de combate pero en la tercera misión de ataque superé a mi instructor. El programa establecía que había que realizar 17 misiones de ataque. Todos los instructores querían volar conmigo para demostrar que ningún alumno podía vencerles, pero en cada una de estas ocasiones regresé victorioso.

 

Finalmente, en la misión número diecisiete, me pusieron con el Top Gun de la unidad. Era un experimentado veterano de más de 100 misiones de bombardeo sobre Vietnam del Norte. Conocía muy bien las características del avión. Era un gran piloto. Disparamos cañones y cohetes Gatling. Realizamos bombardeos en ángulo a baja y a elevada altura. Al final de la misión, había un nuevo Top Gun. Por primera vez, un alumno obtenía el consagrado honor.

 

Tom Wolfe escribió un libro sobre pilotos de caza titulado The Right Stuff (El material adecuado). En dicho libro, se refiere al ego del piloto de caza. Expresa, “No existe ego en ninguna otra profesión que compita con el del piloto de caza, excepto en una: la profesión de cirujano.” La misma semana en que obtuve la distinción Top Gun, fui aceptado en la escuela de medicina.

 

Continuaba ascendiendo la escala del éxito y La Actitud seguía fuera de control.

 

Existe un libro llamado Proverbios que se escribió hace más de tres mil años y que se refiere a “los siete pecados capitales.” ¿Cuál piensan ustedes que es el primero de ellos? ¿El homicidio? ¿El sexo? ¿El robo? No. Es la petulancia o vanidad. En Proverbios incluso se expresa de una manera categórica, “La vanidad indigna al Señor.”

 

Retornar a la escuela de medicina después de vivir a toda máquina no fue fácil para mí. Pero decidí permanecer en ella. Me gradué de la escuela de medicina con los mismos honores que había obtenido en el curso del F-105 Thunderchief. De manera que La Actitud renació en el campo de la medicina.

 

Me especialicé en Pediatría y comencé a practicar en Alburquerque, Nuevo México. Como siempre he sido una persona que me gusta trabajar con las manos, decidí  regresar de nuevo a la escuela de medicina para especializarme en Cirugía. Posteriormente, viajé a Londres y a Sydney, Australia para asistir a internados internacionales y especializarme en vías respiratorias de niños y adultos.

 

La automotivación influía en todo lo que hacía. Tenía fama de tener muy mal humor. Estaba tan concentrado en lo que hacía que cuando las cosas no resultaban como yo esperaba, me enojaba. Les confieso con dolor que mis hijos le temían a su padre.

 

Me casé con mi novia de la universidad. Ella era –y es- una esposa y madre maravillosa. Siempre me apoyó, a pesar de que le hice pasar por experiencias muy difíciles. No la trataba muy bien. Me esforzaba por ser el mejor en todo lo que hacía, excepto en ser un buen esposo y un buen padre. Fue esencialmente una madre soltera y gran parte de su vida adulta fue muy solitaria.

 

Mientras yo me sumía en mis grandes aventuras, ella se dedicaba pacientemente a cultivar su fe. Una noche estábamos en la cama. Yo leía un libro de medicina. Ella leía la Biblia. Entonces se volvió hacia mí y me dijo, “¿No es maravillosa la forma en que Dios te ha bendecido?”

 

“¿Qué Dios me ha bendecido? ¿Quién crees que ha permanecido despierto todas las noches estudiando? ¿Quién crees que ha alcanzado todos estos logros? No fue Dios. Fui yo.”

 

La Actitud estaba fuera de control. “La vanidad indigna al Señor.”

 

Años más tarde, ya era todo un coronel de la Fuerza Aérea y había alcanzado gran éxito en el diseño de instrumentos quirúrgicos. Muchos de esos instrumentos llegarían a estar entre los más vendidos del mundo en cirugía especializada. La empresa fabricante de dichos instrumentos sabía que yo no podía recibir pago alguno por ser un militar. De manera que trataron de compensarme grabando mi nombre en los mismos. A cualquier parte del mundo que iba, todos los profesionales conocían mi nombre.

 

Pero en mi país, La Actitud irritaba a otros. Convencieron a los Generales de que nadie podía generar tantas ganancias para una compañía sin recibir algún pago por debajo de la mesa. Por mi parte, conocía muy bien las reglas y no había aceptado nada. Pero aún así, se llevó a cabo una investigación. El resultado de la misma fue que yo no había hecho nada incorrecto. Pero se le inculcó a los Generales la idea de que yo era culpable.

 

En los dos años siguientes se llevaron a cabo otras tres investigaciones. Se me puso bajo arresto domiciliario. Solamente podía salir de mi casa para ir al trabajo. Nunca se hicieron acusaciones formales, pero mi carrera en la Fuerza Aérea se vio destruida. En una etapa en que debía ser respetado y sentirme en la cúspide de mi carrera militar y profesional, en realidad me sentía destruido y abrumado por una sensación de vacío. Me vi gritando, “No es culpa mía.” Me sentí aplastado y solo. Sin esperanza alguna, no sabía qué hacer.

 

Mi vida se había tornado en un desastre. Los dioses que hasta entonces había alabado me abandonaron. ¿Cuáles eran esos dioses? Decidí llamarles las 5 P: Petulancia, Poder, Prestigio, Posesiones y Pasión. Éste último no era una pasión por el sexo. Era la pasión por el trabajo. Puse mi carrera profesional por encima de todo lo demás y dicha relación se convirtió realmente en un romance apasionado.

 

Estas investigaciones repercutieron indiscutiblemente en mi vida familiar. En apariencia, mi vida era estupenda. Una buena casa, una hermosa familia, un trabajo importante. Para mis subordinados, familiares y amigos casuales, todo parecía ser perfecto. Pero en realidad, mi vida era un caos. Un desastre. Sin esperanzas. La vida tiene que ofrecer algo más cuando se tiene éxito y al mismo tiempo uno se siente  totalmente deprimido.

 

Mi esposa hizo lo único que sabía hacer. Oró por mí. Sabía que yo necesitaba desesperadamente de Dios. Pero en mi corazón, estaba convencido de que Dios no sabía ni quién era yo. Me parecía imposible que Él pudiera estar interesado en mí.

 

Sus oraciones fueron respondidas de manera muy discreta. Tres amigos míos que no se conocían entre sí se me acercaron de forma independiente. El primer amigo me dijo, “Dave, has llevado a cabo una gran labor médica. ¿Por qué no nos vamos a México con el fin de ayudar a los campesinos que viven en las montañas?” Soy muy escéptico y no me gusta aceptar algo sin analizarlo detenidamente. Pero en esta ocasión, sin tan siquiera pensarlo, miré a mi amigo y le respondí, “Muy bien, vamos.”

 

El segundo amigo se me acercó y me dijo, “Dave, vámonos a un retiro cristiano para hombres.” Como no era religioso, no me agradaba ese tipo de actividad espiritual, pero finalmente acepté ir. El tercer amigo vino y me dijo, “Dave, ¿por qué no te unes a mi grupo de estudios bíblicos?” No me iba a poner a leer ese libro tan viejo y tampoco iba a creerme todos esos “cuentos sobre Jesús.” Pero respondí, “Sí.” Sin dudas, ese “sí” era más bien resultado de la desesperanza, la angustia y el profundo vacío que me embargaban.

 

Me uní a un pequeño grupo de antiguos pilotos de caza que se reunía todas las semanas a desayunar. Juramos NO hablar sobre los temas típicos de conversación entre hombres: las noticias, el tiempo y ¡los deportes! Decidimos hablar solamente sobre temas importantes en nuestras vidas. No éramos personas religiosas, por lo que buscábamos una fe que le diera significado a nuestra existencia. Tratábamos de compartir con franqueza nuestras inquietudes personales. No obstante, todo esto contribuía muy poco al fortalecimiento de mi fe. Tal vez se debía a que no era capaz de renunciar al culto a las 5 P o por el enorme rencor que guardaba contra aquellos que me acusaban.

 

Seguí en busca de un rayo de luz que me despertara espiritualmente. Pero no lo hallaba. Deseaba que Dios me hablara directamente. Pero nunca lo hizo. Quería  una señal clara. Pero nunca llegó. Continué mi búsqueda durante dos años, pero desde un punto de vista profundamente escéptico. Era cierto que ansiaba hallar a Dios pero no estaba dispuesto a abandonar mi odio. ¡Los que me acusaban no tenían razón y yo exigía justicia!

 

Pero continué asistiendo a los estudios bíblicos, al grupo de hombres y seguí orando. Como mi escepticismo y mi poca disposición al perdón eran tan grandes, mi crecimiento era lento. Me resistía a aceptar los planteamientos de Cristo. En la Biblia, Jesús hacía planteamientos que me eran muy difíciles de aceptar. Por ejemplo, decía que Él y Dios eran uno. Para mí, Jesús era siempre “una buena persona” que planteaba muchas cosas buenas, pero aceptar que Él era Dios… era demasiado para mí.

 

Clive Staples Lewis fue un autor prolífico que pasó gran parte de su vida sin creer en Dios. Quiso demostrar que Dios no existía. Sin embargo, el resultado final de su investigación fue que se convirtió en un discípulo de Jesús. En su libro La Cristiandad expresa que Jesús hace planteamientos tan sorprendentes que a uno sólo le quedan dos opciones. Jesús plantea que Él y Dios son Uno, por tanto, 1) o es el tonto, farsante y mentiroso más grande que haya pisado la tierra y no merece que le prestemos la más mínima atención, o 2) lo que dice es cierto, ¡así que es mejor que le escuchemos y le prestemos atención!

 

Finalmente, algo profundamente personal me ocurrió. No escuché ninguna voz atronadora proveniente de Dios. Fue algo que solamente sucedió dentro de mi corazón. El grupo de hombres con los que me reunía decidió retornar al campamento cristiano para un segundo retiro. Ya en el campamento, nos congregamos en una hermosa capilla de piedras ubicada en las montañas de Texas. Era un lugar absolutamente maravilloso y yo buscaba con fervor la sabiduría de Dios.

 

Estábamos cantando y en la canción Dios preguntaba, “¿A quién debo enviar?” El que canta responde, “Aquí estoy Señor. ¿Es a mí?” De repente esas palabras penetraron profundamente en mi corazón y sentí que se me pedía responderle personalmente a Jesús. Sentí que me hallaba a solas frente a Él. Él sólo quería saber una cosa. ¿Qué era lo más importante en mi vida? De pronto comprendí que todo por lo que tanto había trabajado en realidad no tenía significado. Me sentí vacío y despojado de toda mi armadura de fama y éxito.

 

Todo se me hizo claro de un golpe. Para Él no eran importantes ni mis Distinciones de Artillero Excelente ni los instrumentos que había creado ni la fama. Todo eso carecía de importancia. Para Él lo importante era que yo tuviera una relación sincera con Él… que creyera y confiara en Él. Él se había entregado en la Cruz como sacrificio por mis pecados. Ahora no sólo me ofrecía amor y perdón, sino la certeza más allá de toda duda de que podía vivir en Su presencia por toda la eternidad. Todo lo que tenía que hacer era implorar por el  perdón que ya Él me había otorgado y simplemente creer en Él. Con ello se me aseguraría vida eterna y comunión con el Creador del Universo.

 

Por primera vez en mi vida me sentí verdaderamente humilde y físicamente me hinqué de rodillas. Por primera vez reconocí que yo era el problema. Había deseado que los demás cambiaran. Que vieran las cosas a mi modo. Ahora comprendía que era yo el que tenía que cambiar. La causa de todos los problemas era mi egocentrismo. Así que en ese momento le pedí a Jesús que me perdonara. Le dije que creía en Él y le pedí que entrara en mi vida. Entonces rompí a llorar… y lloré… y lloré.

 

Lentamente una sensación de paz, de gozo y de dicha inundó mi vida. A partir de ese día, mi vida es cada vez mejor. Soy otro hombre. Mi vida tiene un propósito mucho mayor del que nunca imaginé. Mi vida se centra en andar cada día junto a Él y ello afecta virtualmente cada una de mis decisiones.

 

No obstante, el hecho de que me convirtiera en creyente de la Palabra de Cristo no hizo que desaparecieran mis problemas. Se recoge lo que se siembra y yo había sembrado muchas semillas malas. Pero ahora sentía realmente que tenía corazón y espíritu nuevos.

 

¿Entonces qué debía hacer? Tenía que eliminar aquel resentimiento tan arraigado en mí. Tenía que aprender a perdonar y a orar por mis enemigos. Tenía que aprender a amar. Después tenía que controlar mi ira. En el hogar ésta se desataba como resultado de mi egocentrismo. Tenía que aprender a colocar las necesidades de los demás por delante de las mías. Y después tenía que enfrentar La Actitud.

 

Reconsideré mis prioridades. Tenía que eliminar mi enfoque en aquellos intereses que me consumían. ¿Ser el mejor era realmente lo más importante? No, no lo era. Soy un individuo que busca la excelencia. Dios nunca me ha pedido que renuncie a eso. Lo único que esa excelencia se aplica ahora primero a mi fe y a mi relación con Él. En segundo lugar, a mi familia. Y al final, al ser capaz de colocar estos dos campos de excelencia en una perspectiva correcta, he logrado éxitos aún mayores en mi trabajo.

 

¿El resultado? Mi esposa no me abandonó. Mis hijos aman a su padre y por suerte estos cambios pudieron llevarse a cabo antes de que fuera demasiado tarde. Nuestra relación es sólida, mis hijos han llegado a conocer a Cristo y lo han aceptado como guía de sus vidas. Además, sus cónyuges e hijos también conocen a Cristo.

 

¿Y yo? Pues aún sigo creciendo en mi fe, lo cual me ha proporcionado una verdadera paz y una sensación de significado y propósito en la vida.

 

Permítanme resumir en cuatro puntos lo que aprendí de mi experiencia. Pero a medida que explico cada uno de esos puntos, quisiera que traten de hallar la relación que los mismos tienen con ustedes:

 

#1 – Dios te ama como un hijo. Él te creó. Realmente desea una amistad contigo. Dios quiere que disfrutes la relación con Él. Es la respuesta a tu búsqueda de una amistad verdadera y fundamental. Llenará el vacío que hemos sentido en nuestros corazones antes de hallar esa amistad verdadera y fundamental. Les aseguro que esa amistad es la que nuestros corazones han estado buscando por mucho tiempo. Dios está ahí y se mueve en tu vida. Estoy convencido de que eso fue lo que ocurrió conmigo. Si no me cree, ¿cómo explica entonces que un joven daltónico con problemas de ataques haya logrado pilotar esos cazas sofisticados?

 

#2 – Dios es santo (completamente perfecto) pero nosotros no somos perfectos y por tanto no somos santos. El pecado es todo aquello que nos impide ser santos y perfectos como Dios. La Biblia plantea que como todos tenemos el pecado presente en nuestras vidas, ninguno de nosotros es perfecto. Todos somos pecadores. Como Dios es santo, no puede tener amistad con pecadores, por lo que ninguno de nosotros puede tener relación alguna con Dios. Por mi orgullo y mi culto a las 5 P (Petulancia, Poder, Prestigio, Posesiones y Pasión) me vi alejado de Él y esa separación es el pecado en mi vida.

 

Además, la Biblia expresa que como Dios es justo, tiene que castigar nuestros pecados. Plantea que el castigo por nuestros pecados es la separación eterna de Dios. Estar en paz con Dios no es posible porque estamos alejados de Él. Esta separación es el “error” que está en la raíz de nuestro egocentrismo, nuestra soledad y nuestra sensación de vacío. Cuando nuestro objetivo debía ser acercarnos a Dios, en realidad nos alejamos de Él a causa de nuestras malas decisiones, pensamientos y actitudes. TODOS cometemos estos errores por muy rectos que seamos en apariencia. Si hurgan con honestidad en sus corazones, verán que es así. Esto ha ocasionado la separación entre nosotros y Aquél que nos hizo y que nos ama. E insisto en que esta separación se llama pecado.

 

#3 – Pero a pesar de ello, Dios aún nos ama más de lo que somos capaces de comprender. Hizo algo por nosotros. Estuvo dispuesto a ser castigado por nosotros, por todos nuestros errores. Por eso Dios envió a Su Hijo Jesús a morir en la cruz por nosotros. Ahora, como Jesús ya ha sido castigado por nuestros pecados, Dios nos puede perdonar. Pero este perdón es un regalo y no podemos poseerlo hasta que lo hayamos aceptado. Es una opción. Somos nosotros los que debemos decidir si lo aceptamos o no.

 

#4 – Lo único que tenemos que hacer para recibir el Perdón, el Amor y la Comunión Eterna con Dios es pedírselo. Ésa es la opción que finalmente acepté. Debemos simplemente admitir ante Dios que reconocemos que hay pecado en nuestras vidas, que sabemos que no podemos eliminar por nosotros mismos ese pecado, pero que sabemos que Jesús puede hacerlo y que lo hizo. Él se convirtió en nuestro salvador al morir en la cruz por nuestros errores. Al solicitar el Perdón y el Amor de Dios, tendremos la seguridad de estar eternamente con Él. Así que ya podemos iniciar la amistad con Él.

 

Yo llegué al punto en el que tuve que decidir si lo invitaba o no a mi corazón. Eso es lo que tenemos que hacer todos. Tenemos que tomar una decisión y esa decisión es evidentemente la decisión más importante de nuestras vidas.

 

Si está dispuesto a tomar esta decisión, le ruego que considere decir la oración que aparece a continuación. Siempre debemos tener en cuenta que Dios está mucho más interesado en nuestros corazones que en nuestras palabras. Sin embargo, si estas palabras expresan el deseo de su corazón, lo invito a hacer de ésta “su oración”.

 

Amado Dios, sé que soy un pecador.

 

Sé que por mí mismo no puedo eliminar mis pecados.

 

Sé que merezco ser castigado por mis pecados, pero también sé que me amas tanto que enviaste a Jesús a morir por mis pecados.

 

Creo en que la muerte de Jesús en la cruz es suficiente para lavar mis pecados. Creo en Él.

 

Imploro Tu perdón y te doy gracias porque ya me has perdonado.

 

Gracias por amarme tanto. Y gracias por estar siempre dispuesto a escucharme.

 

Señor, en este momento te invito a mi corazón y te pido que cambies mi vida para siempre.

 

Por favor, acepta mi humilde plegaria.

 

Amén.